El valor de Ramadán

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Obviamente el ser humano es un ente provisto de previas disposiciones que se desarrollan durante el paso de un tiempo que se llama: vida humana o edad que delimita la existencia de una persona. Según la perspectiva coránica el hombre es creyente en potencia pero a la vez dotado de una capacidad y libertad de decidir continuar con la misma identidad de origen que después de ser racionalizada, se adopta aún con mayor firmeza, y cuyos efectos se extienden a todas las dimensiones de su existencia.
Ahora bien nadie pone en entredicho la tendencia del ser humano a saciar sus necesidades corporales para satisfacer sus instintos. Quizá por ser una necesidad inmediata y una respuesta biológica patente, la atención del hombre se centra en la satisfacción de esta vertiente sensual. Aquí precisamente empieza la inquietud del hombre, sabiendo o no el origen de ese descontento eterno que no para de emitir señales que apuntan a un fallo en la ecuación que rige la existencia del hombre.
En realidad desde la antigüedad la filosofía paralelamente a la religión no descartó este tema de su enfoque tomándolo como el meollo de su interés en busca de la felicidad del ser humano.
El cuanto al islam, de acuerdo con su cosmovisión, mantiene al ser humano en el centro de sus preocupaciones. Utiliza el capital primordial de su condición humana para invertirlo en beneficio de su perfección. Todas las leyes islámicas, bien sean entendibles sus porqués o no, convergen en este objetivo.
Ahora bien para alcanzar esta perfección, el islam se vale de varias herramientas que actúan de forma complementaria en espacio y tiempo. O sea restringir la actividad del creyente durante un tiempo y acotar su libertad en un espacio es, manifiestamente, una mortificación del cuerpo que corresponde a un estado de autocontrol beneficioso para el creyente.
El mes de Ramadán es, quizá, el tiempo de ayuno más largo en la historia de las religiones. Por lo tanto se desprende de esta realidad el carácter gradual de la legislación celestial a lo largo de la historia de la humanidad con el fin de desembocar en cierto grado de perfección para la mayoría de los que profesan el Islam. Digo para la mayoría porque a nivel individual existe la posibilidad de llegar a una categoría de sublimidad extraordinaria.
El mes de Ramadán es el mes que rompe la rutina diaria de ingerir comida en cualquier momento del día. Pero también echa frenos a las demás pasiones sensuales. Por consiguiente es una ocasión para la purificación del alma. El mes de Ramadán es una motivación que nos incentiva y facilita la doma de las pasiones de tal forma que cuando se respetan las pautas expuestas por la ley islámica a tal respecto se obtienen los resultados esperados. Una vez más se deduce de la obligatoriedad de este mes que su finalidad es alcanzar una cierta dosis de perfección ¿Por qué?…
Pues en primer lugar no es igual llevar a cabo una privación por propia voluntad, que ejercer una abstinencia porque hay una ley que me lo exige.
Les voy a poner un ejemplo: no es lo mismo no robar por temor al castigo que aborrecer el robo por ser un vicio. Esta filosofía, en realidad, es la columna vertebral de todas las adoraciones y actos de devoción en el Islam. Este espíritu es el trasfondo de las obligaciones y prohibiciones en el Islam. A eso se refiere el Imam ‘Ali (P) delimitando tres grados de adoración: “Hay gente que adora a Dios anhelando una recompensa; aquellos son comerciantes. Otros lo adoran por temor al castigo; aquellos son esclavos. Pero otros adoran a Dios por agradecimiento a Él; aquellos son gente libre”. Al fin y al cabo los tres grupos están todos sometidos a Dios, la diferencia reside en el motor que mueve a cada uno.

Ahora cabe preguntarnos ¿Cuál es el grupo que consigue la perfección?
No cabe lugar a dudas que ninguno de ellos ha suspendido, pero quien adora a su Creador, por agradecimiento a Él, aprueba con sobresaliente. Porque adorar a Dios esperando una recompensa o por temor a un castigo es una postura de cara al futuro. En cambio adorar por agradecimiento es una postura respecto al pasado. Es decir que el sometimiento a Dios nace en virtud de la conmensurabilidad de favores y regalos que nos brinda nuestro Creador empezando por nuestra propia existencia en sí, luego la facultad de pensar y razonar con la facilidad de movernos, de actuar, de adaptarnos a las contingencias. Al fin y al cabo la posibilidad de desarrollar dignamente nuestra vida es el motivo de prosternación ante nuestro Creador expresándole nuestro agradecimiento. En consecuencia una adoración a Dios que arranca de esta concepción tan profunda y lógica, no hay lugar a dudas, que es la más correcta y efectiva.
En segundo lugar los esfuerzos continuos son los únicos que nos pueden propiciar la finalidad anhelada. El Corán destaca este proceso de causalidad que es una ley que rige, en definitiva, una gran parcela de nuestra existencia. ”A quienes se esfuerzan por Nosotros les guiaremos a nuestros caminos”(La Araña 69), esto es, ayunar de forma meritoria durante el año a parte del mes de Ramadán es uno entre los factores que maximizan la perfección.
Entonces el resultado del ayuno durante este mes de Ramadán facilita a la totalidad de la Ummah un grado de perfección, siempre y cuando se respeten ciertas condiciones. Hay un Hadiz del Profeta (P) que corrobora lo anteriormente dicho: “Lo que mejor gusta a Dios es que su siervo acate sus leyes con el fin de conseguir la proximidad de Dios. Ciertamente se aproxima a mí, por medio de la adoración meritoria, hasta conseguir mi complacencia. En cuanto consiga el siervo mi complacencia, pues, logra controlar su oído, su lengua, su mano y si me invoca le respondo y si me pide (algo) se lo doy”. Está clarísimo que este dicho profético transmitido por las dos vías: Sunna y shi ‘a que los elevados grados de perfección se logran por medio de esfuerzos continuos no obligatorios pero siempre después de cumplir con lo obligatorio.
Indudablemente el mes de Ramadán se distingue del resto de los meses por ser un tiempo determinado de privación y acotamiento de la libertad del creyente y por ser el crisol por excelencia para pulir el alma, purgar el corazón, adiestrar los sentidos. Pero también es una oportunidad singular para la contemplación y la reflexión. Se alcanza la lucidez de la mente y la facultad de discernir claramente cuando el estómago está vacío y dentro del marco de un ambiente de espiritualidad. El ayuno, en realidad, es un requerimiento del alma independientemente de los preceptos de la religión. Del mismo modo que el cuerpo demanda el suministro de la alimentación, el alma reivindica su derecho a disfrutar de unos momentos sin alimento. Ese principio de: “mi libertad empieza donde acaba la tuya” no solo es correcto para modular los derechos en una sociedad sino también es un principio sagrado en la “carta magna” de nuestro propio ser. Pues la falta de este equilibrio o mejor dicho la usurpación del cuerpo al terreno del alma es lo que ha generado la crisis ética y moral que padecemos en la actualidad. Es un flagelo que azota a la mayoría de la humanidad contemporánea.
Se desprende de esta reflexión que aparte de los beneficios espirituales del ayuno a nivel individual, también cabe destacar su dimensión social que hace que uno repare en los estragos causados por el diluvio del consumismo en las sociedades modernas. Obviamente los efectos del ayuno tanto en el mes de Ramadán como en cualquier día del año no terminan allí sino que se extienden al campo de la movilización para poner fin al desprecio al que está sometido el hombre “libre” de hoy. Para acabar con el servilismo a las multinacionales y sus propagandas engañosas que no paran de crear perturbaciones en la economía de la clase media si es que podemos hablar, en la actualidad, de clase media. Entonces, en realidad, para que se consiga la perfección en su globalidad, el ayuno ha de ser proyectado en varias dimensiones desde la individual hasta la política pasando por la cultural y social.
Las leyes islámicas no están para castigar el cuerpo y restringir la libertad del hombre. Esa es una visión simplista de parte de quienes son incapaces de liberarse de sus juicios de valor. Pero tampoco están para llevarlas a cabo por el mero sometimiento a Dios despojándolas de su carga espiritual por un lado y desvincularlas de la vida cotidiana por otro. En virtud de estos matices, el mes de Ramadán es una estación más en el camino de la perfección que se complementa con las demás estaciones; es una oportunidad para la toma de consciencia y reflexión sobre el curso de nuestra vida. Cabe señalar que el Corán utiliza términos con una estructura semántica abierta, a mi entender, por dos razones.1) Evitar explayarse en su discurso, de lo contrario, tendríamos un Corán de varios tomos. 2) Para facilitar su aplicabilidad de forma intemporal mientras se mantenga el sentido matriz. Con esto quiero decir que después de tratar el Corán el tema del ayuno terminó con el término: تتقون quizás así seáis temerosos de Dios.182 (La Vaca)
No cabe lugar a dudas que el temor al que aquí se refiere no se puede asignar solo al ámbito exclusivamente ético. Porque es un temor positivo y multidimensional que abarca además de la vertiente ética, el terreno social, el sector cultural y el dominio político. Por lo tanto proceder de esta forma, el musulmán alcanza la perfección en su devoción, en su valor ético pero también en su lucha contra las injusticias.
Brahim Amal

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