UNA REFLEXIÓN
Una de las peculiaridades del hombre es su inclinación por un igual, que le pueda servir de referencia para elegir un modo de vida que lo distinga de los demás.
En realidad esta sensación es algo innato que revela la sociabilidad del humano. Porque este ser mortal no puede, por su estructura, aislarse de sus semejantes, los necesita para intercambiar ideas, opiniones, para aprender uno del otro, etc. En definitiva el instinto del amor a la perfección es el motor que nos empuja e incentiva para desarrollar esas relaciones incluso para ir más allá: buscar a un ídolo.
Ahora bien, el concepto de la perfección es un terreno inmenso que conlleva una aplicabilidad variada. De hecho si coincidimos en ese principio como elemento constituyente del ser humano, su materialización se traduce en diferentes tendencias.
Desde luego no son todas válidas porque el camino que desemboca en la verdadera perfección es único. O sea algunos caminos podrían propiciar cierta dosis de perfección pero solo hay uno que nos pueda facilitar una perfección óptima, mientras que el resto de las opciones son engañosas, ya que no satisfacen, realmente, la necesidad del hombre en ese ámbito.
No obstante, tal como señalé anteriormente, en ciertas elecciones es posible lograr un grado de perfección. La ciencia, el conocimiento, la filosofía, la contemplación, el sentido común, son fuentes que disciplinan la personalidad. Esto es innegable, sin embargo cuando la religión moldea lo que acabamos de mencionar se añade otra dimensión que nos aporta un plus en esa dirección.
Una vez sentada esta base cabe destacar que en todas las culturas, independientemente de compartir o no lo arriba mencionado, cualquier persona busca una imagen en su género humano: hombre o mujer, vivo o muerto, que le pueda servir de guía después de que se descubra un cierto encaje en los ámbitos más desarrollados en dicha persona y que piensa que lo conducirá a buen puerto.
Con esa realidad se destaca que la vertiente de sociabilidad a la que referimos antes supera el tiempo real en el que desarrolla uno su vida para extenderse a tiempos remotos. Es curioso porque existen personas en la historia que ni siquiera nos hemos cruzado con ellas, las desconocemos totalmente, y sin embargo ejercen una influencia extraordinaria en nosotros, rigen nuestra vida, y las concebimos como ejemplos y símbolos de perfección a la que aspiramos llegar.
Desde la perspectiva islámica, el Corán nos invita a tomar a los profetas como el exponente máximo en la perfección y por consiguiente nos exhorta a seguir sus huellas y plasmar sus virtudes en nuestra vida cotidiana. Evidentemente ese es el camino más corto para conseguir esta meta.
El discurso del Corán se caracteriza por el realismo, por eso no nos ordena algo que no podemos realizar, ni nos prohíbe algo del que no podemos alejar. Nos invita a procurar encarnar los caracteres del Profeta, algo que nos mantiene siempre en un estado de continuo esfuerzo hasta lograr la verdadera perfección que convertiría al hombre en una persona bondadosa, pacífica, abnegada, tolerante y comprensiva.
Brahim Amal