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Un viaje a Nayaf

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Un viaje a Nayaf

Una noche mi amigo me dijo que el próximo día iríamos, si Allah así lo quería, a Nayaf. Le pregunté: “¿Qué es Nayaf?”. Dijo: “Es una ciudad de conocimiento; además, en ella se encuentra la tumba de Ali ibn Abi Talib”.

Yo me sorprendí, puesto que, ¿cómo es que es conocida la tumba del Imam Ali?, pues todos nuestros Shaij dicen que no se sabe dónde se encuentra la tumba de nuestro maestro Ali.

Tomamos un ómnibus hacia Kufa y allí nos detuvimos para visitar la Mezquita de Kufa, que es uno de los monumentos islámicos más famosos. Mi amigo me mostró todos los lugares históricos, me llevó al Santuario de Muslim ibn ‘Aqil y de Hani ibn Urwa, y me contó brevemente cómo fueron martirizados. Me llevó al mihrab (nicho en dirección a la qiblah), donde el Imam Ali fue martirizado; luego visitamos la casa donde el Imam vivía con sus dos hijos, nuestros maestros Al-Hasan y Al-Husain. En la casa todavía estaba el aljibe del cual ellos bebían y realizaban con su agua la ablución.

Viví algunos momentos espirituales que me hicieron olvidar del mundo y sus deleites, e imaginé el ascetismo y la humildad que tenía el Imam, a pesar del hecho de que era el Comandante de los Creyentes y el cuarto de los Califas Correctamente Guiados.

No debo olvidar mencionar la hospitalidad y modestia de la gente de Kufa, ya que por donde fuera que pasábamos, un grupo de gente se detenía y nos saludaba, como si mi amigo conociera a la mayoría de ellos. Uno de aquellos a los que encontramos era el director del Instituto de Kufa, quien nos invitó a su casa, donde conocimos a sus hijos y pasamos una noche agradable. Sentí como si estuviera entre mi familia y amigos.

Cuando me hablaban sobre los Sunnis siempre decían: “Nuestros hermanos de la Sunnah”, por lo tanto, me cautivaban sus conversaciones y les hacía algunas preguntas para probar su sinceridad.

Continuamos nuestro viaje hacia Nayaf, a unos diez kilómetros de Kufa, y apenas llegamos allí recordé la Mezquita Al-Kazimiiah, en Bagdad, puesto que había minaretes de oro circundando una cúpula construida de oro puro. Entramos al Mausoleo del Imam después de haber leído una súplica especial: un permiso para entrar al lugar, que es costumbre entre los visitantes Shi‘as.

Dentro del Mausoleo vi cosas más sorprendentes que en la Mezquita de Musa Al-Kazim, y como de costumbre, me puse de pie y leí Al-Fatihah, dudando si esa tumba en realidad contenía el cuerpo del Imam Ali, teniendo en cuenta la sencillez que había visto en la casa en la que vivía en Kufa, y que me había impresionado muchísimo. Me dije a mí mismo: “Lejos estaría el Imam Ali de estar complacido con toda esta decoración de oro y plata, cuando hay muchos musulmanes muriendo de hambre en todo el mundo”, especialmente cuando vi mucha gente pobre en las calles extendiendo su mano a los transeúntes pidiendo limosna.

Luego me dije interiormente: “¡Oh Shi‘as! Ustedes están equivocados. Al menos deberían admitir este error, ya que el Imam Ali fue enviado por el Mensajero de Allah a demoler los santuarios, por lo tanto, ¿qué son todas estas tumbas de oro y plata? Si esto no es politeísmo, entonces debe ser al menos un error que el Islam no perdona”.

Mi amigo me preguntó, mientras me extendía un pedazo de arcilla seca, si yo deseaba rezar. Le respondí en un tono fuerte: “Nosotros no rezamos alrededor de las tumbas”. Dijo: “Entonces espérame un momento hasta que rece dos rak‘ah (ciclos de oración)”. Mientras lo esperaba, leí la placa que estaba pegada en la tumba; además, miré dentro de ella, a través del enrejado de grabados de oro, y vi que estaba repleta de todo tipo de billetes, desde dirhames y riales hasta dinares y liras, arrojados por los visitantes como contribuciones para las organizaciones y obras benéficas que dependen del Santuario.

Pensé que todo eso debía haber estado allí por meses, pero mi amigo me dijo que las autoridades responsables de limpiar el lugar recolectaban el dinero cada día después de la oración de la noche (‘isha).

Salí tras mi amigo, asombrado por lo que acababa de ver y deseé que me tocara una parte de ese dinero, o que lo distribuyeran entre los pobres e indigentes que tantos había por allí. Miré hacia todos lados dentro de la gran valla que protege al Santuario, donde muchos grupos de gente estaban rezando aquí y allá, mientras otros se encontraban escuchando a disertantes situados sobre los púlpitos. Me pareció escuchar algunos llantos con voz temblorosa.

Vi a un grupo de gente llorando y golpeando sus pechos, y cuando quise preguntarle a mi amigo por qué aquellas personas se comportaban de esa manera, un cortejo fúnebre pasó junto a nosotros y observé que algunos hombres ponían un mármol en medio del patio, para colocar allí al fallecido. Por lo tanto, pensé que esas personas estaban llorando por un muerto muy querido por ellos.

Sayyid Muhammad At-Tiyani As-Samawi

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