Abdul Qadir al-Guilani y Musa al-Kazim

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Después del desayuno fuimos a Bab-ush Shaij y vimos el lugar que yo siempre había deseado visitar. Como un impaciente me apresuré a llegar para verlo y entré ansiosamente como si fuera a arrojarme en el regazo del mismo Shaij, mientras mi amigo me seguía a donde yo iba.

Me mezclé entre la multitud de visitantes que estaban reunidos alrededor del lugar como lo hacen los peregrinos en la Casa Sagrada de Allah. Algunos de ellos arrojaban puñados de dulces y los visitantes corrían a cojerlos, por lo que rápidamente tomé dos. Comí uno por su barakah (bendiciones) y guardé el otro en el bolsillo, de recuerdo. Recé allí, recité algunas súplicas y bebí agua como si lo estuviese haciendo de la fuente de Zamzam.

Le pedí a mi amigo que me esperara hasta que escribiera unas cuantas postales que compré para mis amigos de Túnez para enseñarles fotografías del santuario del Shaij ‘Abdul Qadir con su cúpula verde. Quería probarles a mis amigos y parientes de Túnez las elevadas aspiraciones que me trajeron a este lugar, al que ellos nunca habían venido.

Después de eso almorzamos en un restaurante del centro de la capital; luego mi amigo me llevó a un lugar llamado Al-Kazimiiah. Sólo conocí ese nombre cuando él lo mencionó al taxista que nos condujo hacia allí. Llegamos a Al-Kazimiiah y apenas habíamos bajado del taxi y comenzábamos a caminar, cuando vi que una gran multitud de personas, tanto hombres como mujeres y niños, caminaban en la misma dirección. Cada uno llevaba algo consigo, lo que me trajo a la memoria la época de la Peregrinación.

No sabía a dónde se dirigían, hasta que noté un resplandor que provenía de las cúpulas y minaretes de oro. Comprendí que era una mezquita de Shi‘as, ya que yo sabía desde antes que ellos decoran sus mezquitas con oro y plata, cosa que está prohibida en el Islam. Me sentí culpable por entrar a la mezquita, pero debía respetar los sentimientos de mi amigo y seguirlo aunque no me agradara.

Cuando entramos por la primera puerta, observé que algunas personas ancianas estaban tocándola y besándola, por lo que traté de distraerme leyendo una placa que decía: “A las mujeres que no estén cubiertas, no se les permite la entrada”, junto a un dicho del Imam Ali (P): “Llegará una época en que las mujeres, aun vestidas, será como si estuvieran desnudas… etc.”.

Cuando llegamos al santuario, mi amigo comenzó a leer el permiso ritual para entrar, mientras yo miraba hacia la puerta y me asombraba por todo el oro y los grabados que cubrían su superficie, siendo todos ellos, aleyas del Corán.

Mi amigo entró primero y luego lo seguí… Mi mente estaba repleta de leyendas y fábulas que había leído en libros que acusaban de incrédulos a los Shi‘as. Dentro del santuario vi grabados y decoraciones que no había visto antes. Estaba sorprendido por ello y sentía como si yo estuviera en un mundo desconocido y extraño. De vez en cuando miraba con disgusto a aquella gente que iba alrededor de la tumba, llorando y besando sus vallas y ángulos, mientras que otros estaban rezando cerca de la tumba.

En aquel momento una tradición del Profeta Muhammad (BP) vino a mi mente, que dice: “Allah maldijo a los judíos y a los cristianos por hacer de las tumbas de sus santos lugares de adoración”. Me alejé de mi amigo, quien tan pronto como entró, comenzó a llorar, y lo dejé hacer sus oraciones.

Me acerqué a la placa que estaba en la tumba, escrita especialmente para las visitas y la leí, pero no pude entender la mayoría porque contenía extraños nombres que yo no conocía. Me alejé del oratorio y leí la Surah de la Apertura del Corán (Al-Fatihah) y le pedí a Allah misericordia para la persona que estaba adentro de la tumba, diciendo: “¡Oh Allah!, si esta persona muerta era musulmana, entonces ten misericordia de él, pues Tú conoces más de él que yo”.

Mi amigo se acercó a mí y me murmuró al oído: “Si deseas algo, mejor pídele a Allah en este lugar, porque lo llamamos La Puerta de los Ruegos”. Que Allah me perdone, pero no puse mucha atención a lo que me dijo, sino que estaba mirando a los ancianos con turbantes negros o blancos en sus cabezas y las marcas de prosternación en sus frentes. Tenían largas barbas perfumadas que, junto a sus penetrantes miradas, acentuaban su dignidad.

Tan pronto como uno de ellos entraba al santuario, comenzaba a llorar. Me preguntaba a mí mismo: “¿Es posible que toda esta gente entrada en años, estuviera equivocada?”.

Salí desconcertado y sorprendido por lo que había visto mientras mi amigo caminaba hacia atrás como un signo de respeto, a fin de no volver su espalda al sepulcro.

Le pregunté: “¿De quién es ese sepulcro?”. Él dijo: “Del Imam Musa Al-Kazim (P)”. Pregunté: “¿Quién es Musa Al-Kazim?”. Respondió: “¡Glorificado sea Allah! Ustedes, nuestros hermanos de la escuela Sunni, abandonaron la pulpa y se aferraron a la cáscara”.

Yo le respondí con enfado: “¿Qué quieres decir con que abandonamos la pulpa y nos aferramos a la cáscara?”.
Él me serenó y dijo: “Hermano, desde que llegaste a Irak no dejaste de hablar de ‘Abdul Qadir Al-Guilani, pero, ¿quién es ‘Abdul Qadir Al-Guilani para que atraiga toda tu atención?”.

Respondí rápidamente y con orgullo: “El es uno de los descendientes del Profeta, y si hubiera habido un profeta después de Muhammad, hubiera sido ‘Abdul Qadir Al-Guilani, pueda Allah estar complacido con él”. Él dijo: “Hermano As-Samawi, ¿conoces la historia del Islam?”.

Le respondí sin titubear: “Sí”. Pero en realidad lo que yo conocía de la historia del Islam era muy poco porque nuestros maestros y profesores nos impedían aprenderla, ya que afirmaban que es una historia negra y oscura, y no tiene provecho el leerla. Recuerdo, por ejemplo, que cuando nuestro profesor de Retórica estaba enseñando el discurso llamado Shaqshaqiiah del libro Nahy-ul Balagah, del Imam Ali, yo estaba desconcertado, como también lo estaban muchos estudiantes a medida que lo leíamos. Me atreví a preguntarle al profesor si éstas eran verdaderamente las palabras del Imam Ali. Él respondió: “Definitivamente, ¿quién más podría haber tenido esta elocuencia aparte de él? Si no fueran sus palabras, los sabios musulmanes como el Shaij Muhammad ‘Abduh, el Mufti (jurisconsulto musulmán) de Egipto, no se hubieran ocupado de su interpretación”.

Entonces le dije: “Imam Ali acusó a Abu Bakr y a ‘Umar de haberle usurpado su derecho al Califato”.

El profesor se enfureció y me respondió enérgicamente y me amenazó con expulsarme de la clase si hacía otra pregunta como esa, y añadió: “Nosotros enseñamos Retórica y no Historia. A nosotros no nos conciernen los sucesos que ennegrecieron las páginas de la historia, como las intrigas y las sangrientas guerras entre musulmanes, y así como Allah ha limpiado la sangre de nuestras espadas, limpiemos nuestra lengua y no les censuremos”.

Yo no estaba satisfecho con esa explicación y quedé indignado con ese profesor que nos estaba enseñando Retórica sin ningún sentido. Traté en muchas ocasiones de estudiar la historia del Islam pero no tenía suficientes referencias ni la posibilidad de conseguir libros adecuados. Además, ninguno de nuestros sabios y ancianos se interesaba en el tema, y me parecía como si todos se hubieran puesto de acuerdo para olvidar todo sobre ello y no investigar el asunto. No había nadie que tuviese un libro de historia completo.

Cuando mi amigo me preguntó por mi conocimiento sobre historia, yo sólo quería ponerme a la defensiva, por lo que le respondí positivamente, pero en mi interior me decía: “Es una historia oscura, nefasta y sin provecho, llena de luchas, intrigas y contradicciones”.

Él dijo: “¿Sabes cuándo nació ‘Abdul Qadir Al-Guilani?”.
Respondí: “Aproximadamente entre los siglos sexto y séptimo”.

Dijo: “Entonces, ¿cuántos siglos hay entre él y el Mensajero de Allah?”. Respondí: “Seis siglos”. Él dijo: “Si hay dos generaciones como mínimo en un siglo, entonces hubo por lo menos doce generaciones entre ‘Abdul Qadir Al-Guilani y el Mensajero”.

Dije: “Así es”. Entonces dijo: “Este es Musa ibn Ya’far ibn Muhammad ibn Ali ibn Al-Husain ibn Fátima Az-Zahrá (P), lo cual remonta su origen hasta su abuelo, el Mensajero de Allah, a través de cuatro generaciones solamente. De hecho, él nació en el segundo siglo de la Hiyrah (emigración del Profeta Muhammad (BP) de La Meca a Medina), por lo tanto, ¿cuál de los dos es más cercano al Mensajero de Allah? ¿Musa o ‘Abdul Qadir?”.

Sin pensar, respondí: “Él, por supuesto, pero, ¿por qué nosotros no lo conocemos, ni oímos a la gente mencionarlo?”.
Dijo: “Este es el punto, y por eso es que te dije -permíteme que lo repita- que ustedes han abandonado la pulpa y se han aferrado a la cáscara; por lo tanto, no lo tomes a mal y perdóname”.

Hablábamos, caminábamos, y de vez en cuando nos deteníamos, hasta que llegamos a un centro de estudio donde estaban reunidos profesores y estudiantes discutiendo ideas y teorías. Cuando nos sentamos allí, observé que mi amigo comenzó a buscar con la mirada entre los presentes, como si tuviera una cita con alguno de ellos.

Un hombre del grupo vino hacia nosotros y nos saludó. Me percaté de que era un colega de mi amigo de la universidad, al que preguntó sobre otra persona de la que, por el diálogo, supe que tenía algún tipo de doctorado y que llegaría de un momento a otro. Mi amigo me dijo: “Te traje a este lugar con el propósito de presentarte a un especialista doctorado en Investigaciones Históricas, quien es profesor de Historia en la Universidad de Bagdad. Él obtuvo su doctorado presentando una tesis sobre ‘Abdul Qadir Al-Guilani; él te será más útil, con la ayuda de Allah, pues yo no soy especialista en Historia”.

Bebimos zumo fresco hasta que llegó el historiador, entonces mi amigo se dirigió hacia él y después de saludarlo me presentó. Luego le pidió que me diera una breve reseña histórica sobre ‘Abdul Qadir Al-Guilani y después se disculpó y fue a atender otros asuntos. El historiador pidió un refresco para mí y comenzó preguntándome el nombre, por mi país y por mi trabajo, y me pidió que le hablara sobre la reputación que tiene ‘Abdul Qadir en Túnez.

Le di bastante información sobre el tema y le dije que la gente piensa que el Shaij ‘Abdul Qadir llevó al Mensajero de Allah sobre sus hombros durante la noche del Mi‘ray (la noche de la ascensión del Profeta Muhammad (BP) a los siete cielos) cuando Gabriel se detuvo por miedo a quemarse1. Entonces el Mensajero de Allah le dijo: “Mis pies están sobre tus hombros y tus pies estarán sobre los hombros de todos los santos hasta el Día del Juicio”.

El historiador rió bastante cuando oyó lo que le dije, pero yo no sabía si se reía de aquellas historias ¡o del profesor tunecino que tenía frente a él!

Tras una breve discusión sobre santos y gente piadosa, me dijo que él había investigado a lo largo de siete años, durante los cuales viajó a Lahore en Pakistán, Turquía, Egipto, Gran Bretaña y a cada uno de los lugares donde se encontraban manuscritos atribuidos a ‘Abdul Qadir Al-Guilani, los que examinó y fotografió, pero que no pudo encontrar ninguna prueba que indicase que ‘Abdul Qadir Al-Guilani era descendiente del Mensajero (BP). Todo lo que encontró fue un verso atribuido a uno de sus descendientes en el que decía: “…y mi abuelo (antepasado) el Mensajero de Allah…”. Quizás eso se pueda atribuir, como dicen algunos ‘Ulama (sabios), a una interpretación del dicho del Profeta: “Yo soy el abuelo (antepasado) de toda persona piadosa”.

También me informó cómo la historia real prueba que el origen de ‘Abdul Qadir Al-Guilani era persa, y no árabe. Él nació en una pequeña ciudad de Irán llamada Guilan, por lo cual ‘Abdul Qadir es llamado así. Después emigró a Bagdad donde estudió y luego comenzó a enseñar en una época de decaimiento de la moral.

Era un hombre desapegado (de lo mundano) y la gente lo quería, por lo que cuando murió fundaron la orden sufi de Qadiriiah en su memoria, como hacen siempre los seguidores de cualquier profesor sufi. Él añadió: “Realmente los árabes se encuentran en un estado lamentable en ese aspecto”.

Un fervor wahabi surgió en mi mente y dije: “Entonces, Doctor, tú eres un wahabi en ideología, pues ellos creen en lo que estás diciendo, acerca de que no hay santos”. Respondió: “No. Mi opinión no es la misma que la de los wahabi. Lo penoso de los musulmanes es que, o tienden a exagerar, o bien caen en la negligencia; pues ellos, o creen y consideran real cualquier leyenda y fábula, aunque no esté basada en alguna prueba, en la lógica o en ley divina, o bien desmienten todo, incluso los milagros y los dichos de nuestro Profeta Muhammad (BP), sólo porque no coinciden con sus concupiscencias, caprichos y creencias. Además, algunas sectas se orientalizaron y otras se occidentalizaron.

Por ejemplo, los sufis creen en la posibilidad de que el Shaij ‘Abdul Qadir Al-Guilani esté presente en, digamos, Bagdad y Túnez al mismo tiempo. Tal vez esté curando un enfermo en Túnez y simultáneamente esté salvando a alguien de ahogarse en el Río Tigris. Esto es la exageración.

En oposición al pensamiento sufi, los wahabi desmienten todo, inclusive dicen que pedir la intercesión del Profeta es politeísmo. Esto es irse al otro extremo. ¡No hermano! Nosotros somos como Allah dice en Su libro Glorioso:

«Y hemos hecho así de vosotros una comunidad moderada para que seáis testigos de los hombres». (Sagrado Corán; 2:143)

Sus palabras me asombraron mucho, por lo que se lo agradecí y mostré mi satisfacción por lo que había dicho.
Abrió su portafolios y sacó su libro sobre ‘Abdul Qadir Al-Guilani y me lo obsequió. Luego me invitó a su casa pero me excusé de hacerlo, por lo tanto seguimos conversando sobre Túnez y África del Norte hasta que mi amigo regresó. Volvimos a la casa de noche, después de haber pasado el día entero haciendo visitas y sosteniendo discusiones.

Me sentí cansado y exhausto, por lo que me fui a dormir. Me levanté temprano en la mañana y recé; luego comencé a leer el libro que trata sobre la vida de ‘Abdul Qadir. Cuando mi amigo se levantó, yo ya había terminado la mitad. Él me repitió varias veces que fuera a tomar el desayuno, pero pedí disculpas y me rehusé hasta que terminé el libro. Me apegué a él y me dejó en un estado de duda, que no duró mucho, pues desapareció antes de mi partida de Irak.

  • 1. El arcángel Gabriel, que acompañaba al Más Noble Mensajero (BP) en su ascensión a los cielos, no pudo avanzar más luego de un determinado punto debido a que poseía una jerarquía menor a la suya, por lo que no podía soportar el esplendor de la presencia Divina, y si avanzaba se quemarían sus alas.

Sayyid Muhammad At-Tiyani As-Samawi

 

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