Cuando Imam ‘Ali (P) tomó a su cargo el gobierno islámico, subió al púlpito y después de alabar a Dios dijo: – Juro por Dios, el Misericordioso, que mientras posea un árbol de dátiles en Medina, no tomaré nada del tesoro público, meditad bien, mientras yo no goce de mi parte del tesoro público de los musulmanes, ¿cómo puedo entonces dar algo más de lo que os corresponde?.
‘Aqil, su hermano, se levantó y dijo: – ¿Es que al negro que viene de Medina y a mí, nos consideras iguales?. – Siéntate hermano -le ordenó ‘Ali (P) y continuó diciendo- ¿Acaso no se encuentra alguien más, aquí presente, que pregunte? Tú no tienes nada que te haga superior a ese negro, es la fe y la piedad lo que hace superior a un ser respecto a otro. Algunos de los seguidores de ‘Ali (P) propusieron: – ¡Oh, Amir de los Creyentes! ¿No sería mejor que para asegurar tu gobierno, al principio dieras a los jefes una porción mayor de su parte del tesoro público y más adelante lo repartieras con igualdad?. – ¡Qué es lo que me pedís! -Exclamó ‘Ali (P) con enojo y continuó diciendo- ¡Que base mi gobierno sobre la opresión y la injusticia a los musulmanes! ¡No! ¡Juro por Dios que nunca haré tal cosa! ¡Por Dios, el Sapiente! Que si los tesoros de los musulmanes fueran pertenencia mía actuaría con igualdad, pues ¿qué pueden esperar cuando ese tesoro pertenece a ellos mismos?.
Nahyul Balagha