Ali era un hombre de mediana estatura con ojos grandes, negros y penetrantes. Una mirada a él era suficiente para conocer sus magníficas cualidades. Él era un hombre musculoso, tenía anchos hombros, poderosos brazos, un amplio pecho, manos fuertes y endurecidas, un largo y musculoso cuello y una frente ancha. El tenía una cabeza soberbia con un rostro tan noble como el hombre mismo. Su nariz era recta y su boca estaba bellamente formada. La movilidad de su rostro reflejaba su mente receptiva y el fiero vigor de su intelecto, pero cuando estaba en reposo, todos los que venían a contactar con él recibían una inefable impresión de su espiritualidad. Su profunda y magnética personalidad permaneció con él durante sus últimos años. La fatiga física debida a la guerra incesante, combinada con la fatiga mental provocada por tener que hacer frente a innumerables conspiraciones y traiciones políticas, acabó dejando su marca en su apariencia personal.
Tabranee dice: “Él solía caminar con un paso muy ligero y era muy ágil en sus movimientos. Tenía un rostro muy sonriente, modales muy agradables y un temperamento jovial y desplegaba una gran amabilidad y cortesía. Nunca perdía los estribos.”
Del Libro «Ali, el Magnífico» de Yusuf N. Lalljee